Por Jorge Rodríguez Álvarez Universidade da Coruña, Architectural Association School of Architecture
1. “Un buen árbol no puede producir mal fruto”1 “¿Qué es esta ciudad que nos atrevemos a definir cómo buena o mala? ¿Cómo podemos describirla de forma que sea comprensible para diferentes observadores y que la relacione con valores y comportamiento? Este simple paso, aparentemente simple, oculta enormes dificultades” 2 Cuando en su libro “Good City Form”, Kevin Lynch se propuso elaborar una teoría sobre el funcionamiento de las ciudades, basada en el estudio de su forma, comenzó el texto con esta advertencia sobre la complejidad de tal tarea. Lynch introdujo el funcionamiento de la ciudad como elemento añadido a su estudio morfológico, ampliamente tratado desde la perspectiva morfogenética. A pesar de la relatividad y la retórica asociadas al concepto de comportamiento urbano, su estudio es necesario para poder verificar las teorías e hipótesis que se vierten sobre la ciudad. En este artículo se incide sobre el carácter evolutivo de los criterios de comportamiento de las ciudades y cómo estos criterios o prioridades cambiantes han sido reflejados en la forma urbana. Las prioridades de una comunidad se establecen en función de un contexto social. Valores culturales, aspectos políticos o la situación económica pueden determinar los objetivos y criterios a tener en cuenta en la toma de decisiones. Es importante reconocer esto, ya que ignorar factores locales o coyunturales puede llevar en la imposición de estándares genéricos a toda costa. Un claro ejemplo proviene de la adopción de modelos arquitectónicos occidentales, normalmente desarrollados en climas templados, en países tropicales, dando lugar a un desaforado consumo energético para poder mantener un ambiente confortable en el interior de los edificios. Del mismo modo, el bien común puede colisionar con las prioridades individuales. Las decisiones egoístas pueden acarrear consecuencias negativas en el colectivo, tal como se describe en el influyente ensayo de los años 60 “La Tragedia de los Comunes“. De hecho, puede decirse que la propia urbanística moderna surge como una herramienta de neutralización de los intereses privados en favor del bien estar. En el urbanismo, los derechos (o necesidades) individuales deben ser consideradas con respecto a las consecuencias derivadas de su satisfacción y sometidas al bienestar común. A pesar de la aparente obviedad de tal afirmación, no existe un consenso claro en este aspecto, ya que un gran número de economistas liberales rechazan la naturaleza redistributiva del planeamiento, que La tragedia de los comunes es una metáfora de cómo la consideración de la satisfacción individual sólo puede conducir a la degradación del bien colectivo, por lo que finalmente afectará el bienestar del individuo. Harding (1968) pp.1243-1248 Consideran una interferencia excesiva de las autoridades públicas en el libre mercado y, en consecuencia, el progreso económico. Existe además otra barrera en la fijación de prioridades; la aplicación de medidas impopulares (por ejemplo la limitación de uso de vehículos privados o la limitación de construcción en determinadas zonas sensibles) puede no ser tan efectiva como se esperaba, debido a la fuerte inercia de los patrones de comportamiento individuales y a que los efectos positivos pueden no apreciarse en el corto plazo, sobre todo cuando se comparan con las limitaciones impuestas. Por ejemplo, las restricciones al tráfico o al aparcamiento son percibidas inmediatamente, y pueden causar malestar. Los beneficios en cuanto a la reducción de los niveles de contaminación o accidentes pueden llevar más tiempo. Estos son algunos de los motivos por los que los criterios de comportamiento de la ciudad resulta un tema complejo que requiere un profundo estudio, con especial atención al contexto local. En los orígenes de la historia urbana, el acceso al agua potable y alimento eran los requisitos fundamentales para la supervivencia de un asentamiento. La ubicación de las primitivas aldeas buscaba la proximidad de un curso fluvial y tierras fértiles para la agricultura. La satisfacción de estas necesidades básicas permitiría la evolución hacia la especialización y el surgimiento de otro tipo de demandas que no eran críticas para la supervivencia (arte, cultura…). El auge del comercio redujo la necesidad de producción local, priorizando la conectividad, o la centralidad, como elemento clave de las relaciones comerciales. Otros factores que determinaban las prioridades de las ciudades tenían que ver con cuestiones sociales o políticas. Por ejemplo, las ciudades griegas tenían un tamaño limitado debido a su sistema de gobierno. La asamblea democrática requería una amplia participación y el debate no podría darse si el número de ciudadanos con derecho a participar fuese excesivo. Por lo tanto, el tamaño adecuado era un criterio para el buen funcionamiento de la polis griega. Del mismo modo, la capacidad defensiva fue clave en los asentamientos feudales, como lo fue la resistencia a incendios en el Londres posterior a 16666 . Otros criterios para definir la bondad de la forma urbana podían responder a razones espirituales, sobre todo en las ciudades antiguas de China e India, donde pseudociencias emergentes (geomancia, Feng Shui…) dictaban la correcta ubicación, orientación, movimiento de tierras o la siembra para mantener el orden y la armonía cósmica7. Casi todos estos valores podrían haber sido calificados como subjetivos o de importancia relativa en comparación con los requisitos iniciales (agua, comida) que eran verdaderamente críticos para sostener los asentamientos. El camino hacia la sostenibilidad: sociedad, medio ambiente y desarrollo económico El discurso actual sobre la ciudad está dominado por el ideal de desarrollo sostenible, que proporciona un marco ideológico aplicable a casi cualquier ámbito de la sociedad contemporánea. El concepto originalmente definido por la Comisión Brundtland en el famoso informe “Nuestro futuro común”8 todavía mantiene su vigencia: “El desarrollo sostenible busca satisfacer las necesidades y aspiraciones de la generación presente sin comprometer la capacidad de satisfacción de las futuras (...). El desarrollo sostenible es un proceso de cambio en el que la explotación de los recursos, las inversiones, la orientación del desarrollo tecnológico y el cambio institucional están en armonía y mejoran el potencial actual y futuro para satisfacer las necesidades y aspiraciones humanas”9 Esta definición ha servido de inspiración a numerosas políticas y programas durante los últimos treinta años10, pero también se ha banalizado en parte, ya que el concepto ha sido aplicado de forma indiscriminada, en discursos vacíos, para la comercialización de productos o para ensalzar las bondades de cualquier acción o actuación, tanto públicas como privadas. Lo cierto es que este texto describe con bastante precisión el dilema que surge en las recientes generaciones cuando se adquiere consciencia de que su propia prosperidad pone en peligro el bienestar futuro. Al fin y al cabo, el concepto de “desarrollo sostenible” responde a una filosofía puramente antropocéntrica que, como McHarg había adelantado, “cree que el mundo, sino el universo, consiste en un diálogo entre los hombres, o entre el hombre y un Dios antropomórfico“11. Si se puede asumir que el objetivo final es el bienestar humano, o “eudaimonia”12, la virtud de la sostenibilidad es solamente instrumental, es un medio para satisfacer las necesidades humanas. Esta es una aspiración legítima, pero más bien pragmática, de la sostenibilidad, tal como se puede extraer de su definición original. Contrariamente a algunas interpretaciones, se diferencia del ecologista o de los ambientalistas en el sentido de que la naturaleza no es valiosa en sí misma, pero como McHarg aventuró hace casi medio siglo: “La naturaleza es, entonces, un trasfondo irrelevante en el juego humano llamado Progreso o Beneficio. Sólo puesto en primer plano para ser conquistado: el hombre contra la naturaleza”13. El desarrollo sostenible adquiere, por lo tanto, un significado más amplio y general que la ecología o el ambientalismo, con los que a menudo se mezclan y confunden. La crónica de las preocupaciones colectivas que preceden a la formulación de la definición de la comisión Brundtland revela las cambiantes prioridades de las civilizaciones modernas y ayuda a comprender los procesos que dieron lugar a la agenda sostenible14. La emergencia y evolución del urbanismo moderno, que alterna períodos con un fuerte enfoque ambiental con fases bajo diferentes prioridades, avanza en paralelo a las preocupaciones sociales. Se produce una secuencia que se repite cíclicamente: Cada fase se desencadena por un problema de tipo ambiental o social que genera una alarma, provocando una respuesta social para mitigar el impacto derivado de esos hechos iniciales. Finalmente, se promulgan nuevos reglamentos y leyes para aumentar el control de las actividades potencialmente dañinas, por lo que la preocupación colectiva queda satisfecha y las prioridades derivan hacia otras cuestiones. Desde la segunda mitad del siglo XIX se observan un mínimo de dos ciclos diferentes en los que se pueden identificar las fases de emergencia, consolidación y olvido de los problemas ambientales: el generado por la Revolución Industrial en el siglo XIX y el de los movimientos ecologistas de mitad del siglo XX15. Siguiendo esta teoría, la agenda sostenible actual representaría un tercer ciclo, provocado por el resurgir de las preocupaciones ambientales iniciado con la crisis energética de finales de los años 70 y que alcanza su cénit justo antes de la crisis económica de 2008. Aunque esta división es una simplificación de hechos que, en realidad, están mezclados y superpuestos, resulta útil para entender cómo cada una de estas fases ha contribuido, mediante nuevas investigaciones y experiencias, a alcanzar el grado actual de complejidad y heterogeneidad en las formulaciones e instrumentos que complementan el estudio de las ciudades.
2.1 Metabolismo urbano La ecología urbana ha sido instrumental en el avance del análisis urbano en el último medio siglo, especialmente a partir de los años ochenta, cuando adquirió una mayor dimensión, debido en parte por la importancia del estudio de los flujos de energía tras la crisis del petróleo, pero también por la aceleración del proceso de urbanización. La publicación del estudio de Abel Wolman en 1965 había presentado por primera vez a las ciudades como grandes degradadores de recursos. La descripción de la ciudad como un metabolismo que necesita un suministro constante de energía y agua dulce, mientras que devuelve residuos y contaminación al medio, puso el foco de las políticas ambientales en los sistemas urbanos. Dentro de los diversos flujos del sistema urbano, la eficiencia energética era uno de los problemas más acuciantes, ya que la crisis del petróleo de los años setenta pondría de manifiesto la vulnerabilidad de la sociedad occidental frente a problemas relacionados con la energía. En países como el Reino Unido, Alemania o España, el transporte, la electricidad y la calefacción representaron hasta el 50% de las emisiones totales de CO2 (figura 1). Una gran parte de esta demanda podría estar relacionada de una u otra forma con los procesos y actividades que ocurren en las ciudades. Algunos autores sostienen que hasta el 70% de la energía consumida está directa o indirectamente determinada por la planificación urbanística. Numerosos estudios han analizado la relación entre la forma urbana y el uso de energía.
La ecología urbana ha proporcionado un marco metodológico que permite describir los flujos materiales y el consumo de recursos en los sistemas urbanos. Los estudios metabólicos realizados en los años ochenta 18 mostraron los patrones de demanda de energía en las ciudades y sus proporciones por uso final. A falta de otros datos locales, también se han usado datos agregados por países para cuantificar el consumo de los principales sectores, como el transporte (15 a 35% de la demanda total de energía) o los edificios residenciales (alrededor del 40%). A partir de estos datos, surgen dos ámbitos de estudio: por una parte, los relacionados con la energía del transporte, basados en una amplia tradición de modelos matemáticos y, por otra parte, los estudios termodinámicos centrados en el comportamiento de los edificios. Y dado que el rendimiento de los edificios depende estrechamente de las condiciones climáticas, una tercera línea de investigación explora la climatología de la ciudad. El análisis de las conexiones entre energía y forma urbana parte de una hipótesis que relaciona una demanda concreta (por ejemplo, calefacción doméstica o combustible usado para la movilidad personal) con una o varias características morfológicas de la ciudad (densidad, distancia entre usos, compacidad/dispersión). El consiguiente trabajo de investigación trata de confirmar esa conexión a través de datos estadísticos o modelos. Si se encuentra una correlación consistente, los resultados pueden ser usados para planificar y trazar políticas urbanas. Sin embargo, a pesar de la creciente riqueza de datos y estudios, pocos de ellos han trascendido el ámbito teórico. Esto podría explicarse por una serie de razones: - La formulación de políticas rara vez se inspira en un único factor, por ello la eficiencia energética no ha sido un objeto determinate en la planificación urbana hasta el momento. - La interrelación entre distintos factores puede hacer que una medida eficaz en la actualidad sea irrelevante al variar otros factores. Por ejemplo, las mejoras en el aislamiento de edificios hacen que la compacidad del edificio tenga un menor peso en la demanda final. - Existen factores no espaciales que pueden tener una mayor influencia en la demanda energética (por ejemplo el precio de la energía...) - La falta de continuidad entre escalas ha sido un aspecto crítico en muchos estudios, ya que por lo general se centran en una única escala de análisis (región, ciudad, edificio...). La escala puede determinar qué factores tienen una mayor influencia. Por ejemplo, un edificio que se considera muy eficiente cuando se analiza a escala local puede presentar resultados diferentes cuando se toman en cuenta sus efectos sobre un contexto más amplio (por su ubicación inapropiada, o porque genera una movilidad adicional en un destino remoto...). La complejidad del análisis de la energía urbana sugiere un distanciamiento de postulados deterministas. Se trata de un campo de investigación abierto que debe dotar a los planificadores de instrumentos legibles y manejables que puedan ser aplicados en diversas escalas y fases. Por ello es necesario tener una visión crítica sobre visiones excesivamente simplificadoras, que abogan por un modelo determinado de ciudad sin tener en cuenta los diferentes contextos y factores que interactúan en la construcción y transformación de las ciudades. A continuación se expone un resumen crítico sobre uno de los debates más recurrentes acerca de la forma urbana sostenible: el que tiene que ver con la discusión sobre modelos urbanos densos y compactos. 3. Concentración versus dispersión Según diversos estudios la sociedad actual es mayoritariamente urbana, ya que la mayor parte de la población mundial vive concentrada en ciudades. La progresiva urbanización ha desembocado en un cambio de modelo, caracterizado por el abandono del rural y la adopción generalizada de modos de vida urbanos, con todas sus ventajas, pero también a costa de un aumento significativo de la presión sobre los recursos naturales que soportan la activad de esas ciudades. La emigración hacia la ciudad desde el campo ha estado motivada por la búsqueda de oportunidades. Las evidencias sugieren que estas oportunidades están realmente presentes y que el éxito de los primeros inmigrantes ha hecho que se intensifique el flujo migratorio. Sin embargo, este fenómeno ha creado ciudades bipolares, con zonas ricas y privilegiadas, y barrios pobres donde se concentran los recién llegados mientras tratan de encontrar algún modo de prosperar. Las comunidades rurales que estos migrantes dejan atrás, aunque pobres, tenían una mayor capacidad de autosuficiencia que las ciudades, ya que podían producir su propia comida y satisfacer sus necesidades básicas con pocos recursos externos. Por el contrario, las ciudades requieren un suministro constante e intenso de energía, agua y bienes, normalmente de origen externo. Una de las consecuencias de la concentración urbana es que cada vez más personas dependen de esos flujos, aumentando así las externalidades de la ciudad. Dada la magnitud del proceso urbanizador, resulta evidente que toda estrategia de desarrollo sostenible debería tener como uno de sus principales focos el adecuado funcionamiento de las ciudades. Cuando los procesos de concentración urbana han desencadenado problemas evidentes de congestión o salubridad, las respectivas sociedades respondieron mediante políticas de descentralización. Esta estrategia fue, por ejemplo, postulada por reformistas que trataban de remediar los efectos de las ciudades industriales sobre sus habitantes. Geddes, Howard, Wright o Mumford imaginaron formas alternativas de habitar el territorio más allá de los límites de las contaminadas y congestionadas ciudades. Incluso el temor por un cataclismo atómico durante la Guerra Fría fue utilizado por Hilberseimer para justificar las ventajas defensivas de pequeños asentamientos, distribuidos regularmente a modo de malla sobre el territorio, frente a ciudades densificadas, que eran un blanco más fácil y vulnerable. La visión opuesta, en defensa de la densidad, han sido apoyadas por personajes tan antagónicos como Le Corbusier o Jane Jacobs. Ambos defendieron la densidad como un modelo positivo, sin embargo, mientras que Le Corbusier basó sus argumentos en aspectos funcionales y propugnó una ciudad de torres sobre grandes extensiones verdes22, Jacobs ofrece un enfoque más social, con su defensa de la vida de la calle, la mezcla de actividades, y la ciudad tradicional23. El modelo urbano corbuseriano basado en bloques fue declarado obsoleto en 1972 tras la demolición del Pruitt-Igoe en Chicago24, después de sólo diecisiete años de uso y numerosos problemas sociales. Aunque el legado de Jacobs no tendría la misma repercusión inicial, más allá de su campaña para salvar Greenwich Village contra las agresivas políticas de renovación urbana de Robert Moses (director de urbanismo de Nueva York en la época), adquiriría una gran repercusión internacional en las décadas siguientes gracias a la publicación de sus ideas y teorías sobre la ciudad en The Death and Life of Great American Cities. En los años noventa, la concentración urbana y la densificación fueron definitivamente adoptadas como el modelo teórico dominante para conseguir ciudades más sostenibles, especialmente en Europa. Según sus defensores, la ciudad compacta ofrecía considerables ventajas en los tres ámbitos principales del desarrollo sostenible: social, económico y ambiental. Ciudad sostenible = ciudad compacta? Las teorías que propugnan la ciudad compacta como la forma urbana más sostenible se basan en una combinación de convenciones y objetivos, acordados colectivamente por ciertas élites, apoyados en hipótesis y análisis formulados fundamentalmente por tecnócratas y académicos. Tres hitos han tenido una influencia decisiva en la fundación de la teoría compacta de la ciudad como una forma urbana sostenible: - El Informe Brundtland, publicado en 1987.Como ya se ha visto, define el marco del Desarrollo Sostenible. - La Cumbre de la Tierra, en Río de Janeiro en 1992. Se estableció la necesidad de actuar a escala local y la implementación de indicadores para monitorizar el desarrollo sostenible de las ciudades (Agenda 21) - El Libro Verde sobre el Medio Ambiente Urbano en 1990. En esta publicación oficial de la Comisión de las Comunidades Europeas se recomendaban explícitamente la mezcla de usos y las ciudades compactas que, argumentaban, ofrecían la posibilidad de que “las personas vivan cerca de los lugares de trabajo y los servicios básicos. El coche puede convertirse en una opción más que en una necesidad”26 En el marco europeo se generó un consenso entusiasta en favor del “concepto de ciudad europea”27 y se aprovecharía la mínima oportunidad para incluir referencias a la compacidad urbana en cualquier declaración ulterior sobre la materia (Carta de Leipzig28, Declaración de Toledo, etc.). De hecho, la definición de ciudades sostenibles de la Unión Europea29 es un elogio explícito de este modelo de ciudad. La defensa de la compacidad requería evidencias, y una de las principales fuentes de confirmación sería proporcionada por el famoso estudio de Peter Newman y Jeffrey Kenworthy30. Estos investigadores australianos examinaron los patrones de transporte y el consumo de combustible en ciudades de todo el mundo, relacionando esos datos con la densidad de los asentamientos urbanos. El resultado mostró una fuerte correlación entre la densidad y el uso de combustible: a mayor densidad menor consumo. Las publicaciones de este estudio han sido utilizadas frecuentemente para demostrar cómo la ciudad compacta favorece la reducción del consumo energético y la reducción de emisiones vinculadas a la movilidad. El discurso de la sostenibilidad se inclinó en favor de la corriente “centralizadora”, que defiende la densidad como modelo óptimo para conseguir una ciudad vibrante, dinámica y mixta. La banalidad de los suburbios residenciales contemporáneos y el recuerdo de los fracasos urbanísticos del movimiento moderno debían ser superados por el atractivo encanto de las ciudades históricas. Los paisajes románticos de las pequeñas aldeas italianas o el amado West End de Jacobs eran paradigmas de calidad urbana en tramas densas. Desde el punto de vista puramente ambiental, el estudio de Newman y Kenworthy aportó evidencias objetivas para apoyar la teoría. Los principales argumentos para la defensa de la densificación desde la perspectiva ambiental serían los siguientes: -En las ciudades densas y compactas la necesidad de viajar es menor y el transporte público resulta más eficiente. Como consecuencia, el consumo de energía y las emisiones derivadas del transporte pueden reducirse sustancialmente. -La densificación evita la urbanización de territorio que todavía se encuentra en una fase más natural, reduciendo con ello la pérdida de hábitats valiosos. Aunque han sido cuestionados en ocasiones, estos son los argumentos más consistentes, aunque no los únicos. Otros postulados todavía necesitan evidencias claras ya que, hasta la fecha, no se pueden extraer conclusiones absolutas sobre algunas de las hipótesis que se siguen debatiendo, tales como: -La demanda de energía de los edificios es menor en las ciudades compactas. -Algunos sistemas de eficiencia energética sólo son viables en zonas de alta densidad (por ejemplo, la cogeneración). -La concentración y la mezcla de actividades mejoran de la calidad de vida y aumenta la prosperidad económica. A pesar del aparente consenso y el compromiso de los gobiernos europeos para promocionar la ciudad compacta, la realidad mostró una actitud mucho más vacilante. En España, la desregulación del suelo entre 1998 y 2007 propició la especulación en territorios rurales y aceleró el proceso de descentralización y expansión de las ciudades en suburbios de baja densidad. Del mismo modo, el programa Eco-Towns, lanzado en 2007 en Reino Unido, promovía la creación de nuevas ciudades en zonas rurales, aunque bajo la premisa de un diseño sostenible. Muchas de estas Eco-Towns implicarían la urbanización de suelo agrícola o forestal y por lo tanto a duras penas se podrían entender dentro del concepto de ciudad compacta. En la práctica, las mismas administraciones públicas, que financiaban informes técnicos exaltando las ventajas de la ciudad tradicional europea (por ejemplo, Urban Task Force en el Reino Unido, y el Libro Verde del Medio Ambiente Urbano38 en España) seguían liderando el camino hacia la dispersión urbana con sus políticas de desregulación basadas en criterios de mercado. El debate teórico se alejó de la realidad; los técnicos y los académicos, apoyados por los respectivos gobiernos, elaboraron las reglas de oro de las ciudades sostenibles con un marcado enfoque “top-down”. El aparente consenso que se estaba construyendo entre los expertos, se basaba en la ingenua suposición de que los múltiples actores que actúan sobre el territorio, los que de hecho estaban decidiendo y transformando las ciudades con la complicidad de los propios gobiernos y autoridades locales, iban a asumir sus preceptos sin mayor dificultad. Muchas de las soluciones propuestas subestimaron las inercias operantes o directamente ignoraron la realidad, ya que no involucraban a agentes esenciales de la vida urbana, como residentes, empresas, promotores, etc. Las debilidades de la compacidad Si Europa fue el modelo y el epicentro de las teorías de ciudad compacta, el cuestionamiento de ese modelo vendría principalmente de Norteamérica. Uno de los primeros obstáculos para la densificación urbana sería el fenómeno denominado NIMBYism40 (“Not In My BackYard” en castellano “no en mi patio trasero”), que consiste en la organización de los residentes en grupos de presión para oponerse a cambios que consideran negativos para sus áreas. Numerosos ejemplos de este tipo se han dado en Nueva York o Londres, con protestas organizadas contra nuevos desarrollos en barrios residenciales consolidados, de manera similar al activismo de Jane Jacobs para la defensa del Greenwich Village. La percepción social negativa de la densificación es uno de los principales argumentos de los opositores a la compactación. Sostienen que provoca una pérdida de calidad urbana, asociada a la disminución de espacios libres, jardines y pérdida de privacidad, así como mayores niveles de ruido, congestión del tráfico y contaminación. Se argumenta que, a pesar de los posibles beneficios ambientales, en cuanto al transporte o la conservación del medio rural, las ganancias pueden resultar triviales en comparación con los costes. Para representar la visión idílica de la vida urbana densa se alude a los barrios más conocidos de Barcelona, Amsterdam o al glamuroso Bloomsbury londinense. Esta visión se confronta con la imagen de las congestionadas calles de Calcuta, El Cairo o Sao Paulo, para ilustrar los problemas asociados a la congestión urbana. En resumen, los argumentos a favor de la descentralización defienden que, en ciertas sociedades, el modelo del suburbio y la ciudad jardín están tan enraizados, que el cambio hacia un tejido más compacto y denso resultaría inasumible. La pérdida en calidad de vida no es el único argumento contra la ciudad compacta. Incluso las evidencias más consistentes fueron vigorosamente cuestionadas por los escépticos.
El propio estudio de Newman y Kenworthy, la prueba definitiva de los centralistas, fue duramente criticada desde Estados Unidos. Se les acusó de presentar un postulado ideológico más que una investigación científica, el cual, además, presentaba importantes deficiencias técnicas, dando lugar a conclusiones erróneas. Breheny cita informes de Gordon & Richardson y Gómez-Ibáñez como ejemplo de respuestas críticas con el informe de los australianos. En estas réplicas se aportan datos de ciudades americanas para demostrar cómo la reubicación de lugares de trabajo en los suburbios residenciales estaba favoreciendo la estabilización de los desplazamientos en vehículo privado por motivos de trabajo, a pesar del aumento de la dispersión demográfica de las décadas anteriores. Los economistas liberales sostenían que la presión del mercado determinaría el modelo urbano más eficiente, incluyendo aquellos aspectos relacionados con la energía. Igualmente, Gómez-Ibáñez criticó que Newman y Kenworthy ignoraban u ocultaba el efecto de otras variables distintas a la densidad, tales como los ingresos de los hogares o el precio del combustible. También advirtió sobre el coste que la compactación radical podría tener sobre aspectos económicos o de calidad de vida, afirmando que si el debate fuese monopolizado por los ecologistas “estas pérdidas serían [para ellos] aceptables por definición”.
Compacidad y desarrollo económico El efecto de la densidad sobre la economía urbana también suscitaría opiniones divergentes. Una premisa asumida en la urbanística desde los años setenta ha sido que los cambios profundos en la estructura urbana suscitarían una respuesta económica48. Sin embargo, tras la burbuja inmobiliaria y posterior crisis en el 2008, se podría argumentar que es más bien a la inversa: las transformaciones urbanas responden a las necesidades inmediatas de la economía. Algunas de las transformaciones urbanas más importantes de los últimos cuarenta años pueden ser interpretadas como una mera expresión de los intereses económicos dictando las pautas a seguir. En la regeneración de los Docklands de Londres se operó según los intereses del mercado con el fin de maximizar los beneficios49. Se argumentó que esa era la única opción real para regenerar las antiguas zonas industriales del puerto de Londres. Tras probar sin éxito iniciativas y planes de carácter más social se dio vía libre al mercado, eso sí, con fuertes incentivos y subvenciones públicas. En cambio, en Barcelona se elaboró una estrategia basada en planes y proyectos de iniciativa pública para revitalizar las zonas industriales obsoletas del frente marítimo del Poblenou. La premisa era que, una vez eliminados los asentamientos chabolistas y las antiguas instalaciones industriales, y con una mejora de la conectividad, se convertiría en una ubicación privilegiada para empresas modernas, favoreciendo de este modo la economía global de la ciudad. Pocas veces se relaciona la economía urbana con modelos de ciudad jardín o idílicos suburbios. La imagen de la casa unifamiliar con jardín y un gran coche en el garaje suele aludir al estado de bienestar. Pero si la idea es mostrar la riqueza y la prosperidad económica, se suele recurrir al simbolismo de escenas urbanas, con rascacielos brillantes y tranvías elevados (fig. 2). La ciudad se ha asociado a actividades económicas desde sus orígenes, la división del trabajo permitió la especialización y con ello el comercio, que requería una buena accesibilidad y la concentración de personas. La revolución industrial aumentó la necesidad de mano de obra que, preferiblemente, viviría cerca de los centros de producción. La densificación extrema no era un problema sino una condición favorable en el sistema capitalista emergente. El “ejército industrial de reserva” permitiría mantener unos salarios bajos y maximizar los beneficios. No es una novedad entonces, desde el punto de vista económico, exaltar los méritos del modelo de ciudad densa. El argumento más repetido es el mayor potencial de interacción entre personas cualificadas como resultado de la concentración, ya utilizado por Alfred Marshall en “Principios de la Economía” a principios del siglo XIX. Clásicos contemporáneos como Manuel Castells o Edward Glaeser también están de acuerdo en la concepción de las ciudades como “medios de innovación”52 donde la proximidad crea una “ventaja intelectual”53. La ciudad ideal, desde el punto de vista económico, es aquella que reduce las distancias, principalmente entre centros de trabajo y, si es posible, también entre empleos y hogares, mediante concentración y densificación. Los enfoques mencionados anteriormente han considerado principalmente las preferencias de ubicación de las grandes empresas para llevar a cabo sus operaciones, por lo que estudian el uso del suelo y la forma urbana en relación con las actividades de mercado. Pero el suelo es también una fuente de riqueza en sí misma, que se canaliza a través de la industria inmobiliaria, un sector crítico de la economía urbana.
Desde este punto de vista, las preferencias de los agentes actuantes pueden diferir, dependiendo de sus derechos sobre la propiedad del suelo. Los promotores que ya hayan adquirido terrenos en una determinada zona probablemente preferirían mantener o aumentar su densidad para aumentar el valor de su propiedad, mientras que aquellos que buscan suelo donde invertir preferirán mantener las expectativas bajas mientras negocian con los actuales propietarios. Como se ha probado tras el estallido de burbuja inmobiliaria, este sector suele atender a intereses particulares a corto plazo. Sin embargo, es interesante analizar los tipos de desarrollo que resultan más atractivos en base a las demandas del mercado, ya que pueden aportar datos interesantes sobre preferencias y viabilidad de diferentes modelos. Breheny recoge dos investigaciones realizadas entre empresas promotoras de viviendas y oficinas en el Reino Unido, en el cual se revela la reticencia generalizada para invertir en los llamados Brownfields (sitios previamente urbanizados). La incertidumbre acerca de las condiciones del suelo (debido a la contaminación producida por las antiguas actividades), los condicionantes espaciales o los mayores costes de construcción asociados (alrededor de 7 % más caro respeto a ubicaciones suburbanas) son razones añadidas a la difícil comerciabilidad, en el caso británico, de los desarrollos ubicados en zonas densas. Por otro lado, uno de los temas más recurrentes en el debate de la economía urbana ha sido el efecto del modelo de ciudad en los precios de la vivienda. Según los economistas liberales, está ampliamente demostrado que las políticas de planificación y control más estrictas repercuten en un aumento de los precios de la vivienda. Según esta lógica, cuanto menos suelo esté disponible en el mercado, más caro será y, en consecuencia, el precio final de la vivienda tendrá que absorber ese coste adicional. Sin embargo, el argumento ha sido cuestionado, primero teóricamente, aduciendo que no es el precio del suelo el que influye en de la vivienda, sino a la inversa, el suelo se encarece cuando el precio de la vivienda es elevado. Por otra parte, los efectos reales de las políticas desreguladoras en los años noventa han puestión en cuestión la correlación entre el suelo disponible y los precios de la vivienda. Como es sabido, la desregulación de las políticas urbanísticas en España generaron una gran reserva de suelo “urbanizable”, gran parte del cual fue finalmente urbanizado, en parte debido a los incentivos fiscales que estimularon una frenética actividad de constructiva. Lejos de abaratar el acceso a la vivienda, ésta se convirtió en un producto de inversión cuyo precio se disparó, creando una burbuja de consecuencias desastrosas. Por lo tanto, el argumento económico liberal a favor del laissez-faire puede ser fácilmente cuestionado. Algunos urbanistas defienden que incluso si existiese una relación entre control urbanístico y aumento del precio de la vivienda, sería una consecuencia lamentable pero aceptable de políticas urbanas que buscan mejorar la ciudad y su relación con el medio ambiente en una visión más amplia.
4. Conclusiones Se puede afirmar que existe relación entre la forma urbana y los objetivos de la agenda sostenible. La densidad y la compacidad acaparan gran parte de la discusión, pero esto no es ninguna novedad, ya que han sido ampliamente utilizados como indicadores para analizar, estudiar y controlar la forma urbana desde la segunda mitad del siglo XIX. Sin embargo, la densidad puede ser un instrumento insuficiente y ambiguo, dada la variedad de formas que puede adoptar o la diferente percepción dependiendo del contexto geográfico (la misma densidad puede ser considerada como tolerable en Hong Kong o Barcelona pero no en Londres o Helsinki). La densificación de una ciudad dispersa puede tener un coste mayor que aplicar medidas de contención en una ciudad tradicionalmente compacta. El campo de investigación es amplio y existen trabajos en desarrollo que tratan de llenar los vacíos en el conocimiento actual sobre el funcionamiento de las ciudades, tratando de proporcionar nuevas evidencias para probar y verificar las afirmaciones que se han descrito en los párrafos anteriores. Las relaciones entre forma y funcionamiento más consistentes podrían resumirse en el siguiente listado: • Los sistemas de transporte más eficientes se benefician de la concentración espacial de pasajeros potenciales y de la proximidad de los principales destinos. • Como resultado de lo anterior, la energía gastada en el transporte es potencialmente menor en ciudades compactas. • La densidad permite acomodar diversas actividades urbanas en un área reducida, por lo tanto requiere un menor uso del territorio. Del mismo modo, existen evidencias que sugieren que los siguientes fenómenos son agravados por efecto de la compactación: • Congestión del tráfico y contaminación derivada. • Acceso solar limitado en edificios y espacios públicos. • El calor antropogénico que se libera de los edificios y queda atrapado dentro del tejido urbano, así como la radiación de onda larga de las superficies selladas que contribuyen a aumentar el efecto de isla de calor urbano. • Aumento de la dependencia de los recursos externos, incluyendo el agua y el suministro de alimentos. • El número de variantes tipológicas se reduce y el tipo de vivienda está determinado por el coste (ya que las viviendas unifamiliares pueden no ser viables o asequibles en una ciudad densa). • La densificación de barrios existentes es un factor desencadenante de oposición por parte de la comunidad local. Una tercera categoría recoge aquellos postulados sobre los que todavía no existen evidencias irrebatibles, aunque existen indicios de la relación entre densidad y: • Mezcla de actividades y usos • Integración social • Demanda energética de edificios • Desarrollo económico Aunque en el presente artículo se ha presentado una comparación binaria, como forma simplificada de mostrar los argumentos y contra-argumentos en el debate de la ciudad compacta, en realidad el consenso se mueve hacia posiciones más equilibradas. De hecho, en lugar de hablar de una forma urbana sostenible, se habla más bien de “una serie de formas urbanas sostenibles que respondan a una variedad de patrones y contextos de asentamientos existentes”64. Más recientemente, las formulaciones alternativas han ido más allá de las teorías dualistas concentración/ dispersión y se han aportado nuevas definiciones de la forma urbana. Concentración dispersa o ciudades policéntricas son conceptos que se refieren a sistemas intermedios entre la contención y el crecimiento basadas en la consolidación de nuevas centralidades en ciudades satélite, dotadas de buena accesibilidad. Una noción similar inspiró los Transit Oriented Developments, una idea asociada a conceptos de “aldeas urbanas” o “desarrollos tradicionales de barrio” que, bajo el paraguas del llamado Nuevo Urbanismo propone el desarrollo de zonas próximas a los nodos de transporte público, aplicando densidades moderadas (25-40 viviendas/ha) y una mezcla de usos para promover el tránsito peatonal bajo un diseño urbano neo-vernáculo bastante pintoresco.
Este artículo tiene como objetivo revisar alguna de las teorías recientes sobre la relación entre forma urbana y su funcionamiento, confrontando los argumentos a favor y en contra del modelo urbano denso y compacto, el más discutido en las últimas décadas. La diversidad de teorías y posiciones parece confirmar las dificultades inherentes a la definición de la “buena forma de la ciudad” tal como había adelantado Kevin Lynch al principio de este artículo.
Comments