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Foto del escritoriván sousa

Penshirubiru, los edificios lápiz fruto de la individualización de Japón

Actualizado: 2 abr 2023



"La Arquitectura se adapta inexcusablemente al camino de la sociedad en la senda del tiempo".


Para quien acaba de llegar desde Occidente, la imagen de esos edificios esbeltos que se erigen sobre una planta de tamaño mínimo puede producir cierto desconcierto. Estos bloques de viviendas de «volumetrías extremas» son habituales en algunos barrios de Tokio como Shinjuku, Shibuya o Ginza, donde en ocasiones se alzan unos junto a otros dando la sensación al que los observa de que se encuentra ante una caja de lápices gigante. Por algo los llaman Penshirubiru o edificios lápiz.


Justo antes de la pandemia, después de pasear por estos distritos y haber sido sorprendidos por estas edificaciones, los arquitectos Alberto Nicolau, Luis Manovel y José María de Lapuerta emprendieron una investigación académica para tratar de entender este fenómeno urbanístico nipón. Lo hicieron de la mano de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid y, un tiempo más tarde, sus conclusiones tomaron forma de libro: "Penshirubiru. El límite de la vivienda colectiva en Japón" (TC Cuadernos). Ahora muchos de los edificios analizados forman parte de la exposición Japan Desu, una iniciativa de DIMAD que cuenta con la colaboración principal de Nissan e institucional del Ayuntamiento de Madrid, y que ha estado abierta hasta el 4 de diciembre del año ya pasado en Central de diseño de Matadero Madrid (y de la que Yorokobu, por cierto, es uno de los medios oficiales).

«Lo que pretendíamos explicar con esta investigación son básicamente dos aspectos. Por un lado, por qué en pleno siglo XXI se generan estas anomalías inmobiliarias. Cuáles son las causas y las circunstancias que se han producido en Tokio en los últimos años que han propiciado este tipo de vivienda de espacio tan reducido. Y, en segundo lugar, queríamos analizar los casos concretos, seleccionarlos, dibujarlos y sacar conclusiones», explicaba Luis Manovel en la charla en la que participó junto a Nicolau en el marco del Japan desu hace unos días.

Entender la realidad social y política de los últimos 150 años en Japón es fundamental, según Manovel, para explicar este fenómeno urbanístico y arquitectónico. «Partimos de la comparativa que los arquitectos Koh Kitayama, Yoshiharu Tsukamoto, Ryue Nishizawa realizan en su libro "Tokio Metabolizing", donde enfrentan el desarrollo de la ciudad de Tokio con el de otras dos grandes ciudades como son Nueva York y París para mostrarlos como tres prototipos de urbe».



Al contrario de la capitalista Nueva York o de la otrora monárquica París, en Tokio, según Manovel, no ha existido en el último siglo y medio un poder ni económico ni político tan «omnipresente» como el que sí tuvieron las otras dos ciudades. «Al contrario de estas, Tokio ha sido un resultado de capas temporales cada vez más complejas que nos genera un panorama urbano y un funcionamiento muy distinto al de estas dos».


Pero adentrémonos un poco en la historia como instrumento sobre el cual la Arquitectura se adapta al devenir social del ser humano.



DEL FEUDALISMO A LA OCCIDENTALIZACIÓN

El arquitecto se remontaba al Japón de finales del XIX cuando el país permanecía aislado y concentrado en sus tradiciones y su arquitectura más vernácula. Entonces en Tokio imperaban las viviendas de madera apiñadas y las calles oscuras llenas de gente. «Japón vivía en un régimen feudal por aquel entonces». Aunque todo cambiará a partir de la Guerra Boshin y el fin del feudalismo nipón. «A partir de entonces comienza una nueva etapa de expansión y occidentalización de Japón. Es cuando comienzan construirse edificios nunca antes vistos en el país, siguiendo el modelo occidental al que nunca antes se había mirado».

Después llegaría el gran terremoto de 1923 que destrozó Tokio, entre otras prefecturas. Y, por supuesto, las catastróficas consecuencias que dejó en el país la II Guerra Mundial en términos de vidas, pero también de infraestructuras. «Supuso una tabula rasa». A partir de los 50, Japón se enfrenta a un nuevo escenario. La capital y otras ciudades asisten a la recuperación económica y al acercamiento al sistema capitalista.

«Tokio se convierte entonces en una jungla en la que todos los agentes quieren tener su parcela: las grandes compañías construyen sus fábricas, al mismo tiempo que los ciudadanos construyen sus viviendas en el extrarradio de manera caótica. Y aunque la administración comienza a intervenir, lo hace algo tarde, introduciendo en ocasiones sus infraestructuras donde puede, en los huecos que dejaron las bombas…».

El resultado pronto comienza a materializarse en un entorno urbano anárquico que, sin embargo, no supone obstáculo alguno al despegue del país en términos económicos y demográficos. «En pocas décadas, Tokio pasa de ser una ciudad devastada por las bombas a ser una megaurbe con cerca de 40 millones de habitantes».

Es ya en los 80 cuando la burbuja inmobiliaria que fue inflándose de forma desaforada en las décadas anteriores estalla. El impasse que supuso en los años posteriores es tomado por urbanistas y arquitectos como un periodo de análisis de lo ocurrido hasta el momento.

Una de las investigaciones más relevantes de aquella época es Made in Tokio, de Atelier Bow-Bow, cuyo análisis pormenorizado sobre lo ocurrido en la fisionomía japonesa en el último siglo ayuda a entender «el caos morfológico del país». Un paisaje en el que las grandes edificaciones se levantan juntos a las pequeñas viviendas. Una mezcla de escalas que genera un panorama único en el mundo.


BUM DEMOGRÁFICO

«Al igual que en otras sociedades, la vida en Japón ha estado tradicionalmente muy ligada a la familia, pero en las últimas décadas la nipona se está convirtiendo en una sociedad de individuos. Esto queda patente en datos como el que refleja que en menos de diez años, el porcentaje de hogares unipersonales ha pasado del 43 al 50%».

Una realidad que se manifiesta también a través de ciertos comportamientos o, incluso, en las necesidades de los propios individuos. «Una encuesta reciente realizada en el país evidencia que los ciudadanos japoneses reclaman para sí un espacio doméstico en torno a los 23 metros cuadrados. Esto es la mitad de espacio que reclaman para sí mismos ciudadanos de países como Alemania o Suiza». El japonés vive la ciudad de forma distinta. Ya no requiere de tanto espacio.

Aunque a los condicionantes históricos o sociales se unen otros de tipo legal, como los elevados impuestos sobre la ocupación del suelo en ciudades como Tokio, sobre todo a partir de la II Guerra Mundial. Esto propició la continua fragmentación de parcelas, generando espacios mínimos sobre los que construir.

«La normativa de construcción en Tokio es muy permisiva», explica Manovel. «La única limitación suele estar relacionada con la normativa sísmica o con la altura de las construcciones y el derecho al sol del resto de los vecinos. Esto quiere decir que, si tienes una parcela en una calle estrecha, es probable que no puedas construir en altura para evitar quitar el sol al resto del vecindario. En cambio, si dispones de terreno en una gran avenida, puedes construir a lo alto todo lo que quieras».


VIVIENDAS LÁPIZ, ¿VIVIENDAS VIVIBLES?

Tras resumir su intervención en los cuatro factores que han promovido la proliferación de edificios lápiz en Japón, y en especial en Tokio (estos son el caos morfológico de la ciudad, la sociedad de individuos, la fragmentación parcelaria y la permisividad constructiva), fue el turno de su colega Alberto Nicolau, que arrancó su intervención con una pregunta:

«¿Hasta cuánto podemos reducir el tamaño de una vivienda y poder seguir llamándolo vivienda?».

«En el siglo XXI en Japón se han dado cuenta de que comprimir no es suficiente. Es necesario también eliminar. Ya no vale con quedarse con una casa que tiene de todo, pero en tamaño mínimo, sino que es necesario soltar lastre. ¿Y qué se puede tirar por la borda? ¿De qué se puede prescindir?».



En el listado de prescindibles entra cualquier elemento que desde el punto de vista occidental aún consideramos fundamental: «¿Quién necesita un comedor si podemos comer en el salón? ¿Y quién necesita un salón si podemos ver la tele en el dormitorio? ¿Y quién necesita una habitación pensada para dormir si podemos hacerlo en la misma estancia donde comemos y hacemos la vida…? Y así vamos restando habitaciones y habitaciones».

En esa renuncia a los diversos espacios habitacionales, en algunos de estos edificios lápiz ha sido posible hasta prescindir del último reducto de intimidad: el cuarto de baño. «Los usuarios de estos espacios son capaces de renunciar incluso al pudor».

A lo que no parecen estar dispuestos es a disfrutar de un espacio que les permita disfrutar de lo exterior. Basta con una pequeña terraza o un mínimo patio.

«Que ocurra esto en Tokio se explica por el hecho de que allí la vivienda ya no es el lugar que nos pertenece. El hogar es ahora la ciudad. La ciudad es ese sitio en el que podemos realizar las funciones fundamentales en lugares específicos pensados para ellos, y que nosotros no tenemos ni que comprar ni que cuidar. Este nuevo habitante de los Penshirubiru trabaja jornadas larguísimas. El ocio y la comida es algo de lo que disfruta en el exterior, en la calle. Piensa en el amor como algo que va a resolver en horas en un hotel, y que el hogar no es un lugar concreto, sino que es un lugar atomizado y esparcido por toda la ciudad».

Sin embargo, en la selección de arquitectos elegidos como paradigmas de este tipo de construcción hay algo en común: «Fueron capaces de renunciar a muchas cosas, pero no renunciaron a la magia. Porque incluso en las situaciones más extremas, aprovechando el mínimo espacio posible, fueron capaces de crear edificios que emocionan por las cualidades que transmiten».

Por ejemplo, en el edificio Spira, Hyroyuki Ito logró esa emoción al crear un sistema en el que cada estancia es como un peldaño gigante que va generando una espiral alrededor de un núcleo de comunicaciones. «La casa puede ser muy pequeña, puede contener solo dos de estas piezas, pero al ir girando sobre el núcleo de comunicaciones parece que siempre puede haber algo más a la vuelta de la esquina, que parece que puede continuar de forma ilimitada»




En el proyecto Okachimachi Apartments, de Go Hasegawa, las viviendas son minúsculas, pero hay un patio interior que los vincula a todos. Un espacio vertical, barroco, «casi heroico», en el que a pesar de ser la expresión mínima de una vivienda, da la sensación a quien se asoma por la ventana de estar en una especie de desfiladero urbano. «Algo realmente mágico».




En Cooperative Garden, de ondesign y Erika Nakagawa, se trabaja la complejidad con la idea de vincular interior y exterior. «Pese a renunciar a otros elementos de la vivienda, de lo que no prescinde es del disfrute del exterior, de los cerezos en flor. Se apuesta por vivir una vida que es algo más que ocupar un espacio pequeño».



Pese a su tamaño, Alberto Nicolau reivindica el valor de estas viviendas. «No son edificios de segunda categoría. Nos puede parecer que son producto de una situación drástica especulativa, pero son inmuebles muy bien construidos, con cierta nobleza, con todas las calidades técnicas, que no renuncian a mostrar a esa ciudad de individuos. Edificios que tienen una cualidad que los convierte en faro de la soledad, de tótems de la contemporaneidad. Que buscan distinguirse de los demás, como un individuo más entre un mar de edificaciones. Con unos resultados y una capacidad para la belleza exquisita».

Sarugaku Plural Directed Tower, del arquitecto Hirai Masatoshi, es, quizás, una excepción al tratarse del único edificio de los mostrados como ejemplo por Nicolau que incluye una vivienda y una oficina. «En este caso no se trata de una vivienda colectiva, pero es una construcción que, sin duda, destaca por su verticalidad».




JAPÓN, UNA VENTANA AL FUTURO

«La japonesa es una sociedad que se mueve a un ritmo vertiginoso. Está en ebullición constante». Para Nicolau un factor elemental en la velocidad punta en la que se mueve la sociedad japonesa es su concepto de tradición: «La idea de construcción y reconstrucción allí es constante. Aquí pensamos que la tradición está en los objetos, en los monumentos, y por eso tratamos de conservarlos. Pero para un japonés la tradición es otra cosa. Es intemporal, no importa que las cosas desaparezcan porque siempre puede construirlas a partir de una misma actitud, con la misma mirada».

De ahí los constantes cambios en su morfología, sus constantes modificaciones, algunas de ellas tan difíciles de entender desde la perspectiva occidental.

«Cuando viajamos a Japón nos da la impresión de que estamos abriendo una ventana hacia el futuro». ¿Es ese que vemos en Japón el futuro que nos espera? Nicolau no lo duda: «No sé si llegará con esta forma y con los neones tan característicos de las ciudades niponas, con su imagen casi de ciencia ficción. Es posible que cambien las formas, los resultados, pero el futuro que podemos ver aquí sin duda vendrá».


Y ese es el problema, la permeabilidad de lo que resulta molesto o incomodo por modas pueda llegar a ser normalizado en nuestra cultura.

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